Ha pasado mucho tiempo, pero me invade la misma sensación de tristeza cuando lo recuerdo, una y otra vez.
Báster era un perrito ratonero, uno más de la familia.
Se me escapó, cruzó la calle y lo atropelló un coche. Fueron 2 segundos. Se quedó tetrapléjico en el momento.
Angustiada, lo llevé al veterinario San Antoni. Me lo recogisteis, lo dejasteis tumbado, en observación, e intentando tranquilizarme, me pedisteis que volviera por la mañana. Era mejor que pasase allí la noche.
Bien temprano, allí estaba de nuevo.
Cuando toqué la timbre y dije quien era, me respondiste por el telefonilloi:
“Ah si! Se murió anoche. Pasa”
😨
Un perrito llega a ser un miembro más en tu familia. Pero es que para ellos, tú eres toda su familia.
Se merecen el último adiós. Se merecen sentir el cariño de quien lo es todo para ellos cuando están sufriendo o van a morir.
Me arrepiento tanto de haber cedido a dejarlo allí ingresado… Sabíais que iba a morir. Seguramente en casa hubiera tenido una muerte más digna que estando absolutamente solo en esa habitación. Porque así es como murió. Solo.
No fuisteis ni siquiera capaces de llamarme para avisarme de que estaba muriendo. Incluso tuvisteis la poca delicadeza de contarme la mala noticia a través del telefonillo de vuestra entrada.
Ya ha pasado, y no se puede hacer nada por cambiarlo. Pero no se lo hagáis a ninguno más.
No intentéis convencer a sus dueños de que se vayan para dejarlos allí solos cuando la crónica de su muerte está anunciada. Dejadles recibir una despedida acogedora. Dejad que se sientan queridos, y no abandonados.