Llevamos a nuestra gata porque le habían salido algunas pústulas en la barbilla, habiendo comenzado con pequeños puntos negros en dicha zona. La veterinaria concluyó que mi gata, que no sale para nada y hacía menos de dos meses había sido desparasitada, tenía pulgas, a pesar de que mi marido y yo llevamos meses sin salir, ya que hacemos nuestras actividades desde casa a consecuencia de la pandemia (incluso la compra nos la traen a casa). Finalmente, la veterinaria diagnosticó una dermatitis derivada de una infección provocada por los excrementos de las pulgas. Yo, pensando que había comenzado con poros obstruidos, le dije que si había hecho un raspado para analizar la naturaleza de las lesiones, pues yo pensaba que quizá era acné felino… Se negó, ya que, según argumentaba, lo puede diagnosticar solo con verlo, que es macroscópico.
Le recetó unas pastillas antibióticas que tuvieron a nuestra gata con diarrea y vómitos.
Pasaron los días y llamé nuevamente para decirle que la gata seguía con sus lesiones. Quería que se la llevara de nuevo y estaba empecinada en que se trataba de un problema de pulgas mientras yo le decía que si podía comprobarlo antes de medicarla más. Me dijo que ya que me veía insegura que si quería llevara a mi gata a otro lado, pero que no podía estar hablando por teléfono conmigo toda la mañana. Dada la presión, le dije que se la llevaría, aunque luego cancelé dicha visita. Lo pensé seriamente y decidí llevarla al hospital veterinario de la UAB. Allí un veterinario especializado en dermatología lo primero que hizo fue tomar muestras de la barbilla para emitir un diagnóstico acertado: acné felino. Le recetaron unas pomadas y en tres días ya estaba mucho mejor.